Los nuevos paradigmas de la ciencia se han hecho explícitos y firmes en la física moderna. Ésta se contrapone –en espera de la teoría unificadora—a la física tradicional. Aquella, en diferentes campos del saber humano, han aportado métodos y procedimientos nuevos para conocer y transformar el mundo: la relatividad del tiempo y el espacio, la mecánica cuántica y la teoría del caos.
Estas visiones influencian la vida moderna, a sabiendas o no, y se transforman en culturas que envuelven como marco de referencia nuestra relación con las cosas, con las personas, con nosotros mismos.
Sin embargo, en el campo de las políticas de la educación superior, parecen ser ignoradas y por ello se pretende seguir regulando los sistemas –siempre crecientes—como si tales fenómenos culturales no la afectaran.
Al iniciarse este nuevo siglo, la demanda de educación superior se ha hecho más y más amplia, sin que por ello se hayan roto esquemas tradicionales de oferta, seguimiento, control y calidad. . Se han multiplicado las universidades y los tecnológicos; se han introducido sistemas amplificadores de la enseñanza tradicional, sin que se transformen los sistemas de aprendizaje y mucho menos los procedimientos administrativos y políticos.
La educación superior se encuentra ante la necesidad urgente hacer frente a la vez a los retos que suponen las nuevas tecnologías, controlar el saber y ofrecer acceso generalizado y equitativo al mismo. La segunda mitad del siglo que recién terminó pasará a la historia de la educación superior como la época de expansión más espectacular; pero también ha sido la época en que se ha agudizado la disparidad entre los países industrialmente desarrollados, los países en desarrollo y en particular los países menos adelantados: en acceso, investigación y recursos.
Igualmente se ha dado mayor estratificación socioeconómica y aumento de las diferencias de oportunidades de aprendizaje dentro de los propios países, incluso en algunos de los más desarrollados y más ricos. Sólo el intercambio de conocimientos, la cooperación internacional y las nuevas tecnologías pueden brindar nuevas oportunidades de reducir esta disparidad.
Por consiguiente, y dado que tiene que hacer frente a imponentes desafíos, la propia educación superior ha de emprender la transformación y la renovación más radicales que jamás haya tenido por delante, de forma que la sociedad contemporánea pueda trascender las consideraciones meramente económicas y asumir dimensiones de moralidad y espiritualidad más arraigadas.
Una transformación y expansión sustanciales de la educación superior, la mejora de su calidad y su pertinencia y la manera de resolver las principales dificultades que la acechan exigen la firme participación no sólo de gobiernos e instituciones de educación superior, sino también de todas las partes interesadas, comprendidos los estudiantes y sus familias, los profesores, el mundo de los negocios y la industria, los sectores público y privado de la economía, los parlamentos, los medios de comunicación, la comunidad, las asociaciones profesionales y la sociedad, y exigen igualmente que las instituciones de educación superior asuman mayores responsabilidades para con la sociedad y rindan cuentas sobre la utilización de los recursos públicos y privados, nacionales o internacionales. La experiencia iniciada en el estado Mexicano de Puebla puede ofrecer un punto de referencia avalado por la UNESCO y su propia eficiencia.
Estas visiones influencian la vida moderna, a sabiendas o no, y se transforman en culturas que envuelven como marco de referencia nuestra relación con las cosas, con las personas, con nosotros mismos.
Sin embargo, en el campo de las políticas de la educación superior, parecen ser ignoradas y por ello se pretende seguir regulando los sistemas –siempre crecientes—como si tales fenómenos culturales no la afectaran.
Al iniciarse este nuevo siglo, la demanda de educación superior se ha hecho más y más amplia, sin que por ello se hayan roto esquemas tradicionales de oferta, seguimiento, control y calidad. . Se han multiplicado las universidades y los tecnológicos; se han introducido sistemas amplificadores de la enseñanza tradicional, sin que se transformen los sistemas de aprendizaje y mucho menos los procedimientos administrativos y políticos.
La educación superior se encuentra ante la necesidad urgente hacer frente a la vez a los retos que suponen las nuevas tecnologías, controlar el saber y ofrecer acceso generalizado y equitativo al mismo. La segunda mitad del siglo que recién terminó pasará a la historia de la educación superior como la época de expansión más espectacular; pero también ha sido la época en que se ha agudizado la disparidad entre los países industrialmente desarrollados, los países en desarrollo y en particular los países menos adelantados: en acceso, investigación y recursos.
Igualmente se ha dado mayor estratificación socioeconómica y aumento de las diferencias de oportunidades de aprendizaje dentro de los propios países, incluso en algunos de los más desarrollados y más ricos. Sólo el intercambio de conocimientos, la cooperación internacional y las nuevas tecnologías pueden brindar nuevas oportunidades de reducir esta disparidad.
Por consiguiente, y dado que tiene que hacer frente a imponentes desafíos, la propia educación superior ha de emprender la transformación y la renovación más radicales que jamás haya tenido por delante, de forma que la sociedad contemporánea pueda trascender las consideraciones meramente económicas y asumir dimensiones de moralidad y espiritualidad más arraigadas.
Una transformación y expansión sustanciales de la educación superior, la mejora de su calidad y su pertinencia y la manera de resolver las principales dificultades que la acechan exigen la firme participación no sólo de gobiernos e instituciones de educación superior, sino también de todas las partes interesadas, comprendidos los estudiantes y sus familias, los profesores, el mundo de los negocios y la industria, los sectores público y privado de la economía, los parlamentos, los medios de comunicación, la comunidad, las asociaciones profesionales y la sociedad, y exigen igualmente que las instituciones de educación superior asuman mayores responsabilidades para con la sociedad y rindan cuentas sobre la utilización de los recursos públicos y privados, nacionales o internacionales. La experiencia iniciada en el estado Mexicano de Puebla puede ofrecer un punto de referencia avalado por la UNESCO y su propia eficiencia.
Luis G. Benavides Ilizaliturri
Puebla, Pue. Noviembre de 2006
Puebla, Pue. Noviembre de 2006